miércoles, 5 de agosto de 2015

La emigración y las bombas

Cameron y Hollande se intentan poner de acuerdo para acabar con el problema de los inmigrantes en el paso de Calais. La solución que se columbra es el balonazo hacia adelante de costumbre: solucionamos esta oleada, deportamos, detenemos, y a esperar a la siguiente. A ser posible, con otro en el poder.
               
     En España conocemos bien lo que los medios llaman "el drama de la inmigración". Desde que soy pequeñito he visto en las noticias cómo, verano tras verano, un goteo continuo de pateras hasta arriba de personas con cara de desesperación se jugaban la vida para cruzar el estrecho de Gibraltar. De lo que no se hablaba tanto era de los motivos que tenían para venir, claro. A eso iremos después.

    A este "drama" suele haber dos tipos de reacciones: la del xenófobo que los quiere fuera a todos, porque vienen a quitarle el trabajo y las ayudas sociales a los "españoles de aquí" (se me ocurren mejores razones para cruzar un desierto de parte a parte), y la del progresista que quiere acogerlos a todos y cuidarlos, darles casas, ayudas y protección. Ninguna de las dos soluciones puede acabar bien: la primera porque sólo ataca al síntoma de un problema mayor, y la segunda porque obvia la condición de ser independiente de la persona emigrante, a la que da un trato marcadamente paternalista.

    Aquellos que toman una de estas dos posturas olvidan que los inmigrantes son, primero que todo, personas. No han venido a robarnos nada, ni a que les regalemos el sustento. Los motivos por los que emigran son diversos, pero suelen ser los de otros momentos históricos: huir de una guerra, del paro, de la pobreza, de la epidemia, de un gobierno genocida, etcétera.
                              
   Ese es el verdadero problema que ni a Cameron ni a Hollande les interesa. El "drama de la inmigración" se soluciona en el país de origen. No tiene sentido gastar recursos en deportar a una persona que va a intentar volver, y sobre todo no podemos violar sus derechos humanos más básicos metiéndolo en un centro de internamiento de extranjeros (los famosos CIE) y devolverlo a un lugar en el que está en peligro.


     Muchos inmigrantes que llegan a Italia en los últimos años son libios. Libia era un país estable que ahora está inmerso en un conflicto interno muy grave, causado en buena parte por la injerencia occidental en 2011, cuando la OTAN estableció una zona de exclusión aérea en los cielos de Libia. ¿No será este el verdadero problema? ¿No será que hay recursos para ayudar a estos países y, sencillamente, no hay ni hubo voluntad política para ayudarles? Poca gente emigra por gusto. Si ayudamos a los libios o a los senegaleses a tener una vida digna, no habrá que repeler ningún "enjambre de inmigrantes"; y que no se confunda nadie, porque dar dinero a espuertas y sin ningún control a un gobierno no significa dar ayuda. Limpiarnos la conciencia con limosnas a gobiernos corruptos y dictatoriales no es ayudar a nadie: no necesitan dinero, necesitan la tecnología y la planificación occidental, y una estabilidad política que asegure que el fruto de su trabajo no sea destruido en pocos años. Mientras tanto, podemos rasgarnos las vestiduras y quejarnos de que los africanos vienen a robar y a molestar, mientras nos tapamos los ojos y los oídos ante las actuaciones de gobiernos legitimamos con nuestros votos.

- José María

martes, 4 de agosto de 2015

Despolitizar la política

Retomo el blog, que estuvo parado por las oposiciones y otras cosas.


- Despolitizar la política


La concepción de política de cada generación cambia. Esto es obvio y normal. Deseable, hasta cierto punto. Cuando un conflicto político termina, podemos concluir que es porque uno de los grupos en liza ha conseguido despolitizarlo: sea la firma de una constitución para todos los españoles (símbolo de concordia y acuerdo entre los grupos de la transición), sea el establecimiento de un sistema educativo. Cuando se establece un statu quo podemos decir que un asunto se "desideologiza": es decir, que la ideología de la clase dominante triunfa.

    Conforme nos adentramos en el siglo XXI, la ideología dominante en el bloque occidental de la guerra fría avanza con más fuerza sus posiciones, y terrenos considerados siempre como naturalmente políticos porque hay una lucha por controlar su significado (sistema educativo, judicial, etc.) empiezan a ser acusados de reductos de marxismo o extrema izquierda. Nidos de política e ideólogos que "nada tienen que ver con el mundo real". Seguro que estas palabras son parecidas a las de alguna tertulia política nocturna. Así, acudimos al curioso espectáculo en el que se pide la desideologización de la educación, de los medios de comunicación (¡ni más ni menos!) o de la propia política. Aparecen partidos que tan solo pretenden reformar un poquito allí y otro poco aquí. Medidas de sentido común.

    Esta jugada pretende crear una barrera en torno a ciertos campos de discusión para protegerlos. Se pretende despolitizar la educación para imposibilitar el debate sobre ella. En este sentido, la política moderna se puede entender como una post-política, en palabras de Slavoj Zizek: una acción de partidos guiada por expertos que no pretenden sino afinar el funcionamiento de los estados modernos. Nada de cambiar, nada de pensar fuera de la caja capitalista moderna. Cuando se despolitiza un problema es porque se deslegitima la crítica sobre él, y sería una locura pretender cambiarlo. Desideologizar aquí significa establecer, grabar en piedra. En la escuela no se debería hablar de política porque es un tema de mayores y los niños no necesitan saber nada de eso. Es de sentido común.

    Es inevitable que este fenómeno se produzca: las sociedades requieren estabilidad y unos principios básicos de acuerdo para funcionar. Lo que ocurre es que el discurso que las clases dirigentes tratan de establecer nos habla de una realidad ideal en la que no existe ideología alguna, y que esta es un invento de un grupo de radicales que buscan hacerse con el poder para enriquecerse personalmente. Se llegan a utilizar términos tan sonrojantes como "fascismo de izquierdas" para caricaturizar cualquier posición que no sea la del justo medio y la del sentido común. La educación es un terreno en el que la lucha es poco menos que imposible: la universidad es un campo en el que cualquier movimiento crítico es calificado como rupturista e ideologizado. Por supuesto que lo está: como la propia institución, aunque esto no se reconozca. El statu quo en este ámbito está casi alcanzado. La sociedad cambia y establece sus nuevos parámetros. Termina el combate.


    No hace mucho tiempo que se publicó un libro de texto para la Educación Primaria en el que se decía que Lorca "se había muerto". Es un ejemplo útil para comprender esta forma neutra de la política: la literatura y la educación no tienen nada que ver con las ideologías, así que es preferible construir un relato en el que Lorca "se muere", antes que hablar de un crimen de odio hacia los homosexuales, o de cómo se tuvo que exiliar la intelectualidad española tras la guerra civil. Eso no interesa: en literatura sólo hay que hablar de un autor y su obra: es de sentido común.

- José María

domingo, 31 de mayo de 2015

Olvidados y olvidadizos

Ha pasado más de un mes desde el trágico terremoto de Nepal. Ya he hablado en otras ocasiones de muertes e injusticia, de olvido y moralidad, pero lo haré hoy otra vez. Esta vez, como ejercicio para la memoria.

No todos nos enteramos a la vez del seísmo. En mi caso, estaba comiendo cuando vi en las noticias que había habido un terremoto muy fuerte en Nepal y que se contabilizaban ochenta y tantos muertos, y cientos de desaparecidos. El periodista repetía que el gobierno del país “temía que hubiera muchos más muertos”. Después, se nos recordaba la cantidad de europeos que estaban desaparecidos o aislados. Este fue, más o menos, el esquema que se utilizó durante días en los siguientes informativos. Se añadían vídeos impactantes (grabados por los extranjeros con extranjeros como protagonistas) sobre avalanchas de nieve, templos que se desmoronaban y otro sinfín de desgracias. La cifra de víctimas pasó de los mil en pocos días. Lo demás es historia: medicinas, alimentos y colaboración extranjera. Y los turistas, de los nervios porque los recogían con mucha lentitud. No haré sangre sobre esto: yo a lo mejor me hubiera puesto igual.

El doce de Mayo otro terremoto sacudió Nepal, pero a esas alturas el primero y sus víctimas ya eran notas al pie en los informativos. La información había agotado su interés. Pasó como con todo: la oleada de solidaridad tuvo su reflujo. No tardó en escucharse a aquellos que se habían enterado los primeros de todo, y los que varios días después expresaban su consternación y su tristeza ante el terremoto eran unos hipócritas y sólo les interesaba el asunto porque salía por la tele. Una vez más, la muerte y lo fácil que es moralizar ante ella. Lo difícil que debería ser. Lo malos que somos porque no hacemos nada ante la desgracia ajena y lo poco que realmente nos importa que se mueran unos pobres allá en el interior de Asia.

Ha pasado más de un mes desde el trágico terremoto de Nepal, y como pasa siempre que se agota una noticia, ya está todo olvidado. Los muertos siguen olvidados, y los olvidadizos se han olvidado ya. Los que no olvidaban, los más solidarios y los activistas de boquilla también se han olvidado, y los supervivientes del terremoto son hoy más pobres y más infelices que hace un mes, sin importarles la opinión de unos europeos de clase media a los que no les importa realmente cómo está Nepal, sino la imagen que le van a dar a sus amigos con su opinión, lo más controvertida posible, de los pobres nepalíes. Todo el respeto para aquellos que, en la medida de sus posibilidades, han preferido opinar con sus medios y se han ido al lugar del terremoto o han colaborado en lo posible a aliviar la desgracia de los afectados.

- José María



PD: Para ilustrar un poco lo que digo, dejo aquí el mapamundi de las tragedias que elaboró Cinismo Ilustrado. La cantidad de telépatas de este país es asombrosa.


lunes, 11 de mayo de 2015

Desamparados

Desde que en 2007 se inició la fase de caída libre del dislate financiero, la indignación con los gobiernos en el Sur de Europa no ha hecho más que crecer. Antes era un asunto menor, pero ahora la corrupción es uno de los mayores problemas percibidos por los españoles. No indagaremos en las razones, no es cuestión de meter más de la cuenta el dedo en la llaga. La correlación no implica causalidad, ya se sabe, pero es curioso ver cómo algunos datos se entrelazan.

    Los de la generación del noventa crecimos con la idea en la cabeza (o nos la implantaron) de que el Estado y sus representantes estaban por nosotros. El Estado del Bienestar se encargaba de las tareas dificultosas de la gobernación y los tejemanejes económicos y nosotros a lo nuestro: crecer, estudiar, trabajar, y endeudarnos en coche y piso. El Estado como una especie de pater familias infalible. No sé cuántos se lo creyeron, pero sé decir que mi entorno y yo nos la tragamos pero bien.

    Se acabó la expansión crediticia y vinieron los problemas, claro. El paro estructural, la pobreza y la crisis. No es un cuento que tenga que contar yo, se lo sabe todo el mundo. Unos con matices de un color y otros con otra tiza, pero el tema se conoce. Y nos dimos cuenta de que, vaya contrariedad, el Estado no estaba trabajando por nosotros, sino contra nosotros, o en el más suave de los casos, a pesar de nosotros. Una de las consecuencias más penosas de esta crisis es ver cómo un montón de adultos se preguntan, desconsolados, qué van a hacer con sus vidas ahora que no pueden confiar en los poderes públicos, e indignándose de que los políticos, los banqueros, y las altas esferas del país (incluidas viejas glorias de la política nacional) se lo están llevando crudo. A ver cómo le explico a mis hijos de que no tienen que fijarse en el tertuliano, sino en el ingeniero, y todo eso. Un discurso legítimo, pero un tanto pueril.

    Leemos con frecuencia en blogs y prensa artículos de ciudadanos cabreados porque resulta que el Estado les está quitando un tanto por ciento de sus ganancias bien sudadas y trabajadas sin que nadie les ayude. Los autónomos y pequeños empresarios se dan cuenta, de repente, de que les están mangando cantidades enrojecedoras del fruto de su trabajo. Es que claro, no se habían percatado de esto hasta que se han puesto en marcha recortes y leyes para mantener los privilegios de una clase política que ha estado viviendo muy bien a su costa, repartiendo las sobras de la cena para aparentar que estábamos viviendo en un país moderno y rico; antes por lo menos, se generaba riqueza suficiente para aparentar que la riqueza se quedaba en el país, cuando se estaba yendo a Suiza, a Andorra y a financiar proyectos públicos ridículos. Y ahora resulta que el Estado nos ha desamparado.

    No. El Estado está contra nosotros como siempre, sólo que ahora lo está abiertamente. Porque la clase dirigente se está jugando su propia supervivencia, y no le importa un bledo la sanidad, la educación, la pensión o el paro mientras pueda seguir costeándose los trajes, los Mercedes y lo que es más importante: la posición de poder. Está claro a quién le importa y a quién no le importa la educación; pero más importante es no ser ingenuo, y saber que los que tienen la sartén por el mango no son los primeros. Y así con todo: la falta de médicos, de profesores, y la carestía general que se vive en este país no es una enfermedad transitoria, no es un fallo estructural, es el precio de los privilegios de unos pocos. Esos que nos dejan desamparados, por la simple razón de que no les interesa lo que le pase a los que están abajo.

    No podemos seguir sintiéndonos más desamparados, no deberíamos ser siempre la parte débil del juego. Estar desamparado implica la necesidad de ser protegido, y yo no quiero que me protejan. O al menos, no que me protejan por caridad. Prefiero ser adulto con todas las consecuencias que ello trae; esta semiadolescencia nos trae más problemas que soluciones.

- José María

lunes, 20 de abril de 2015

Je suis Rato

Los periódicos dicen que Rato está dolido. Que está psicológicamente abatido, decaído, triste y otro montón de sinónimos más. Yo lo entiendo. Una detención jode a cualquiera, pero más debe joder cuando uno era el milagro económico español y de un día para otro se vuelve el objetivo de toda la prensa nacional. Aunque sea para defenderlo.

                En este país la prensa tiene un doble objetivo que asusta un poco, todo hay que decirlo. Esta indulgencia con los poderes dice muy poco de su independencia, y no digamos de su objetividad. Sé que sorprenderse a estas alturas de que los medios de comunicación sean objetivos y de ética recta es muy ingenuo, pero no hay que perder la esperanza y la costumbre de desengañarse. Al fin y al cabo ya nos han metido al Santander y a la Coca-Cola en las principales portadas de los periódicos nacionales.

                Lo que no hemos visto es ninguna acusación infundada. Al fin y al cabo el ciudadano Rato es un ciudadano con pasta y puede meterle un buen puro al periódico que se atreva a conjeturar delitos de terrorismo o de cualquier cosa que no se haya dejado por escrito. Rodrigo ha sido ministro y podemos fiarnos de él, sabemos que a pesar de que le acusen de alzamiento de bienes y de blanqueo de capitales no es como uno de esos tipos peligrosos de ochenta años capaces de agredir a cinco antidisturbios con su andador. Nuestro Rodrigo tiene sesenta y seis años y no está para fugas intrépidas ni jugarretas bruscas: de hecho, se muestra colaborador en todo momento.

                Pero como digo en el título del artículo, "Je suis Rato". Estoy con él en su calvario, aunque con él sí se han seguido las normas del manual de actuación policial, y se le ha tratado con presunción de inocencia y se ha sido indulgente. No ha sido como a esos manifestantes a los que les parten la cara o los apalean a porrazos en medio de la calle, claro. Este ciudadano ha sido ministro y aunque todos somos iguales ante la ley, algunos son más iguales que otros (como dijo Orwell). Y tras ocho horas de registro, le han dejado irse tranquilamente hasta que llegue la hora del juicio, por si tiene que hacer algún viaje de emergencia a Suiza o a algún país donde va la gente sospechosa. Como otro ex-político famoso que se fue a Andorra.

                El presunto milagro económico se puede salvar de la prisión, y todos lo sabemos. Ya está trabajando en ello la prensa con su "Je suis Rato" particular, sacando del cajón de los olvidos todo lo bueno que este ciudadano y ex-ministro ha hecho por nosotros. Me gustaría confiar en la justicia y en la policía y en que van a actuar como se merece el caso, pero creo con sinceridad que no van a estar a la altura y que lo vamos a ver irse de rositas. Me gustaría ver a Rato, si al final se determina que debe ir a la cárcel, entre los presos comunes y no en una cárcel de ricos. Pero, presunción de inocencia por delante, este hombre quedará libre o se le pondrá una pena ejemplar, para poder salvaguardar la imagen del partido de gobierno. Como quien dice, en cuatro días estará en la calle.

                Si Rato es inocente, que la justicia actúe con rectitud. Sólo espero que no tenga que darnos vergüenza una vez más ser españoles y ver cómo otro corrupto más se va de rositas. Si Rato es inocente, la libertad sea con él. Y si no, ya sabe, señor juez. Pero yo tengo mis dudas.

- José María

miércoles, 8 de abril de 2015

Por qué deberías jugar a videojuegos

No, no se me ha atragantado ninguna noticia dudosa sobre los beneficios neurológicos de jugar a videojuegos. Tampoco creo que el que lee esto deba pertenecer a mi secta social “gamer” para sentirnos identificados y compartir “megustas”. Creo que deberías jugar a videojuegos por una razón muy distinta: forman parte de tu cultura.

    No es muy común asociar estos términos, cultura y videojuegos. Mucho menos es hacerlo arte, por lo menos no desde ámbitos “serios”. Pero lo cierto es que ahí están: desde los años sesenta, el mundo del videojuego ha crecido vertiginosamente hasta convertirse en una de las industrias del entretenimiento más rentable. Varios de sus productos ya han alcanzado cifras económicas escandalosas, como el reciente “Destiny”, pero no es eso lo que importa ahora. Es algo que tiene que ver menos con los números y más con los juegos en sociedad.

    Su potencial artístico es tan evidente que asombra ver cómo, en ciertos sectores de la sociedad, sigue calando el discurso de que los videojuegos son un producto para críos o para matar el rato. No hace mucho un famoso dibujante español se asombraba de lo que costaba producir uno. A pesar de que en España empezaron a hacerse populares a finales de los ochenta (disculpadme si me quedo corto, o bailan las fechas: nací en el noventa), todavía hoy se habla de ellos como meras maquinitas para frikis. El asunto no es tan exagerado como podía ser hace quince años, pero se me entiende.

    Lo que llama la atención es que todavía hay muchos reacios que se niegan a considerarlos dignos de conversación o reflexión. Y hablemos claro: hay narraciones lúdicas muy complejas, tanto como podría ser una buena novela o un disco de Pink Floyd. Los videojuegos han desarrollado su propio lenguaje, sus estructuras y sus pautas y aún así no entran en el circuito cultural español. Y digo español, porque en otros países como Estados Unidos ya se los considera, desde hace años, materia universitaria, algo que en España es un fenómeno casi inmediato.

    No es sólo una cuestión de validez académica. Los videojuegos son un fenómeno social. De aquí a unos años, conocer productos como Minecraft o Halo se considerará cultura general. Haberlos jugado será una seña de curiosidad, como se considera tener hábito lector o ver cine con frecuencia. La sociedad se adapta a sus tiempos y lo mismo pasa con los códigos culturales. Como decía al principio, no es una cuestión de salud, aunque pueda serlo: jugar a videojuegos es también una experiencia artística, creativa y divertida.


    Hazte un favor a ti mismo y juega. Hoy día es un mercado bastante accesible y existen multitud de juegos gratuitos (y legales) en internet. El que no lo intenta es porque no quiere.

- José María

martes, 7 de abril de 2015

Silencio

Hoy se cumplen tres meses del atentado en París contra el semanario satírico “Charlie Hebdo”. No hace falta que le recuerde a nadie el revuelo mediático que, con razón, resonó por todo el planeta: las imágenes de los asesinatos, el estruendo del tiroteo y el desenlace sangriento se retransmitieron casi en directo gracias a Internet.

    Todos fuimos Charlie Hebdo, y hubo manifestaciones en varias capitales europeas. Millones de personas se manifestaron contra la violencia terrorista y en la prensa hubo recordatorios de sabios periodistas de que “estábamos en guerra”, de que aquello era “la Yihad” y llamaban a enfrentar, con más o menos éxito, al terrorismo con la guerra. La hemeroteca está ahí para consultarla.

    Unos miles de kilómetros más al sur, en Baga, otro grupo islámico terrorista, Boko Haram, acabó con la vida de varios miles de personas en cuestión de días. Las desgraciadas víctimas del atentado tuvieron la mala suerte de ser africanos. La cobertura mediática del ataque en la prensa fue insuficiente, pero también llegó a oídos del gran público español. El jaleo estaba servido. La televisión y la prensa online, a través de los agregadores de información en facebook inundaron Internet de imágenes espeluznantes de la tragedia de Baga, llamando hipócritas, hombres de mala fe y acusando de “colonialismo” a la gente que, o bien no se había enterado de la matanza de Nigeria, o bien no se había pronunciado sobre ella.

    Hace pocos días ocurrió otra matanza. La vara de medir de los medios para seleccionar la tragedia semanal es confusa, cuando hay tanto donde elegir: no es la única salvajada que ha ocurrido en el planeta entre el siete de enero y el siete de abril, pero la masacre de la Universidad de Garissa sacudió de nuevo las redes.

    Ya se saben las cifras y las imágenes, no es lo que quiero consignar aquí. De nuevo, las imágenes y la prensa nos acusaban de sordera, ceguera y mala fe al no informar del ataque a la Universidad, cuando lo cierto es que la cobertura informativa ha sido, una vez más, suficiente y hasta exagerada. Hasta donde yo sé, los muertos van a seguir muertos por más que nos los enseñen en televisión. No es una cuestión de que los asesinados sean parisinos o cristianos o islamistas: es muy fácil entender, me parece, que no es ético hacer negocio y vender morbo cuando hay tanta violencia y muerte de por medio. Es normal sentirse ofendido por la violencia terrorista y la del Estado, y es indeseable, pero la sobreexposición en televisión de este tipo de noticias tiene otro objetivo muy distinto al de concienciar a nadie, uno más mundano, que es ganar audiencia.



    No se me ocurre cuál puede ser la solución a la situación internacional, y sería absurdo que un filólogo se metiera a hacer sociología o geopolítica. Eso sí, tampoco entiendo por qué hacer sentir mal a los demás por “guardar silencio ante la matanza de Kenia”, o por qué no se puede, simplemente, guardar silencio en estos días tan negros. Subirse el ego y cazar “megustas” en facebook por tener una opinión controvertida sobre este tipo de asuntos no tiene que ver con la concienciación, sino con la autoestima, y de eso no tiene la culpa nadie más que uno mismo. Jugar a comparar atentados es un deporte un tanto desagradable. No sé dónde puede estar el cambio político y la solución a los males del mundo, o ni siquiera si eso es una frase vacía; donde no está es en las redes sociales, en nuestro pequeño rincón privado de la red. Seguro que ahí no.

- José María